Su pelo era de color negro y completamente lacio, con un flequillo liso y poblado que resguardaba su frente. Sus ojos eran oscuros y medio rasgados, puesto que era una mezcla entre medio asiática y europea. Pero lo más llamativo en ella era su piel. Tenía una piel perfecta entre pálida y blanquecina, cuyo brillo y tersa textura, creaba un intenso deseo de posar las manos sobre aquel cuerpo.
Siempre le habían dicho que poseía una belleza inusual, una belleza extraída de una muñeca dollfie. Y al fin y al cabo así es como se sentía, como una muñeca vacía de vida.
Habían sido muchos los hombres que habían pasado por su vida, puesto que ella era como un diamante en bruto para todo aquel que la viera, esperando a ser descubierto, por unas manos nuevas que la poseyeran.
Pero nadie había conseguido llenarla, llenar ese cuerpo tan vacío como el reflejo de sus ojos. Nadie conseguía descongelar esa fría esencia que la hacía tan irreal y al mismo tiempo tan parecida a esa muñeca, de cuya belleza bebía para hacerla tan atractiva.
Y no es porque no encontrase las características que buscaba en un hombre, puesto que le era tremendamente fácil tanto encontrarlos, como atraerlos hacía sus redes. Y lo había intentado con todo tipo de físicos y personalidades.
Con aquel maduro y atractivo profesor de la universidad, con el joven y entusiasta doctor en prácticas, con el musculado y fibroso entrenador del gimnasio, con el joven estudiante seis años menor que ella e incluso con aquel friki y excéntrico físico. Pero ninguno conseguida dar resultado, sus relaciones no pasaban de los tres meses, porque tarde o temprano se daban cuenta del problema que poseía y la dejaban por perdida.
Su problema era la frialdad, la frialdad de un hermoso cuerpo incapaz de sentir ni siquiera el tacto de una mano navegando por su piel en busca de los recovecos más oscuros de su alma. Además su cuerpo decían que era gélido como el de una muñeca de plástico y que no conseguía calentarse nunca. Y puesto que no sentía ni siquiera el dolor del contacto de una aguja de metal perforando su piel, tampoco podía sentir el sabor del placer.
Lo había probado todo en la cama y se dejaba hacer cualquier cosa, puesto que el dolor no era un problema para ella y esto agrandaba bastante las posibilidades y ampliaba la fascinación de algunos, pues su única condición era no estropear nada visible y mantener esa hermosa piel, que al fin y al cabo era lo único que merecía la pena en ella.
Pero al cabo del tiempo siempre se terminaban cansando de ella, llamándola fría, vacía y frígida. Porque perdía un deseo que en realidad nunca había existido en ella, solo había existido en ellos, hasta gastarlo y desaparecer por falta de cooperación y perdida de un ego viril que les llenaba de impotencia.
Decían que parecía un cuerpo sin vida en la cama, una muñeca de plástico. Y de esa manera es como se sentía, tumbada en la cama observando la pared, observando las cuatro paredes de la habitación o del mobiliario donde se encontrase, mientras su visión se distorsionaba al compás de unos movimientos continuos, eméticos y persistentes. Esperando el final de un juego al que ella era incapaz de jugar.
Después solo silencio y entonces el vacío de su interior la embriagaba y la frialdad la envolvía entre sus brazos, sintiéndose perdida, marchita como un deshecho.
Pero el juego de la fortuna es caprichoso y ella desistía en perder la esperanza.
Hacía frío y estaba mojada por la lluvia que caía en la calle. Olía mal y es porque estaba sucia, su antiguo dueño la había tratado bastante mal. Y entonces vio como se acercaba un nuevo dueño, su nuevo amante, su... ¿quién sabe? ¿príncipe azul? pero esta vez vestido de verde con unos sucios y bastos guantes de tacto áspero. Se acercó a ella y la cogió bruscamente del brazo, y de un tirón, la echó encima de un contenedor verde de basura que era arrastrado por un gran camión.
Quizá esta vez, la llevasen a un lugar mejor…
Autora: Kel Báthory