Belleza Enfermiza
Apenas recuerdo como llegué a este estado. Mi pasado se funde borrosamente en mi memoria. Pero mi enfermedad no fue hereditaria, eso es lo único que no ha querido olvidar mi enfermiza mente ya perturbada por la soledad.
El cansancio hace que mi cuerpo se encoja mientras yo me retuerzo de dolor y mi estómago hambriento clama saciarse.
Acaricio mi agrietado y viejo rostro plagado de cicatrices y siento como algunas arrugas empiezan a despegarse, dejando al descubierto mis músculos donde nuevamente crecerá otra piel que al cabo de los días se ira oscureciendo, envejeciendo, agrietando, llenándose de cicatrices que se pudrirán hasta salir nuevas arrugas que volverán a despegarse y comenzar nuevamente su proceso.
Lo peor es que no es solo mi rostro el que aguanta dicha mutación, transformación o como queráis llamarlo, sino todo mi cuerpo.
Y el peor momento es cuando no tengo más remedio que arrancarme los pedazos que me quedan de piel, clavando mis uñas en la mullida masa de músculos y sangre, hasta quedarme en carne viva, esperando que me vuelva a crecer. Sin duda esos días son los más dolorosos. Poco a poco mi cuerpo va creando nuevamente la estructura de una piel muy débil y clara hasta ganar el volumen necesario.
Pero nada hay más dolorosos que la soledad y el paso lento del tiempo, envuelta por estas cuatro paredes de una vieja casa mugrienta y ruinosa, no precisamente en buenas condiciones. Sin luz, sin agua y con solo un viejo colchón en el húmedo suelo lleno de sangre, suciedad y los flujos viscosos causados por mi enfermedad.
La mayor parte del día la paso durmiendo en la oscuridad, porque el hambre y el cansancio no me dejan para más y cuando veo que los luminosos rayos de luz que penetran por las roturas de las persianas y agujeros rotos de la casa van oscureciéndose, me preparo para salir a esas callejuelas bañadas por la luz de la luna.
Me levanto cansada y hambrienta, mientras débilmente me acerco al viejo espejo partido de la habitación y observo la abominación de ser en la que me he convertido.
Dependiendo en la fase en la que esté mi aspecto suele ser más o menos repugnante.
Incluso llego a una fase en que puedo resulta hasta normal: luciendo una blanca melena, lisa y larga; con unos preciosos ojos azules que permanecen inalterables.
Me adentro sin hacer ruido por las calles, vistiendo una túnica con capucha, negro azabache de seda, que cae acariciando mi cuerpo desnudo. Mientras deambulo entre sombras voy dejando pisadas ensangrentadas, cual dulce aroma de sangre carmesí.
Suelo vagar varias horas hasta encontrar una buena presa con la que saciar mi hambre y volver a sentirme viva. Y dependiendo de la noche; ya con las fuerzas adquiridas… empezar una divertida cacería.
Pero aquella noche, pude divisar una autentica pieza de coleccionista, una joven de una auténtica belleza áurea echada en un viejo banco de un parque abandonado.
Sus cabellos oscuros y ondulados caían sobre sus hombros como caracoles deslizándose un día de lluvia sobre la húmeda hierba. Aquella pálida piel a la luz de la luna parecía completamente bañada en crema, mientras su delgado cuerpo lucia un viejo vestido arrugado verde esmeralda.
Me posé delante de ella contemplado cada centímetro de su piel, mientras mi hambre y sed de sangre me hacían hervir de excitación. Hasta que mi respiración agitada terminó despertando aquella muñeca, que abrió suavemente sus ojos, levantando sus delicados párpados y dejándome apreciar sus preciosos ojos verdes de mirada triste y perdida.
Sentí que en ese segundo, tuvo compasión hacia mi ser, pero antes de que pudiese transmitirme cualquier sentimiento más, mi ansia me había empujado a morder ese suave cuello, arrancándole de cuajo los pedazos de carne que tan deliciosamente digería, llenado mi estomago y sorbiendo cada gota de sangre fresca para apagar la inmensa sed de sangre que había tenido durante el largo día de sueño.
Después de lamer el cuerpo entero y arrancarle cada trozo de piel a mordiscos, masticando la deliciosa carne humana, mientras la sangre se resbalaba sobre mis labios hasta llegar a la pieza clave de su cuerpo, excavando entre sus entrañas.
Y allí estaba, tan perfecto y puro como su portadora, el corazón. La pieza más deliciosa de mi banquete, que devoré en cuestión de segundos terminando de calmar mi gula, apoderándome por completo no solo de su vida sino también de su alma.
Aún recuerdo la siguiente noche en la que me levanté y contemplé en mi cuerpo el cuerpo de aquella joven, cuya existencia, esencia y sublimidad había devorado.
Lo peor de esta enfermedad, no son las fases, la cacería de cada noche o el tener que saciar mi hambre.
Es ver como envejezco, me consumo una y otra vez, aun poseyendo la belleza más pura y áurea. La cual después de consumir, me abandona nuevamente cayéndose a pedazos hasta terminar siendo siempre lo mismo, una abominación, un desecho, un repulsivo ser de enfermiza belleza.
Autora: Kel Báthory
También podéis descargar el archivo gratis en pdf en bubok.
http://www.bubok.es/libros/189406/Belleza-Enfermiza
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Me encanta como escribes. Sigue así guapa!!
ResponderEliminarMuchas gracias Cris ^^ me alegra tu visita. Besos!!!
ResponderEliminarTienes talento, se nota, está ahí, no dejes de trabajarlo.
ResponderEliminarUn beso
Gracias Lyre por esos ánimos. Besos.
ResponderEliminarAh!, me encantó. Sangriento y con el toque de gore justo. Un final reflexivo, si se quiere: ¿Hasta dónde es capaz de llegar uno para alcanzar la belleza? ¿De qué sirve el envase si su contenido es espantoso?
ResponderEliminarUn placer leer tus relatos. Debería ser más prolifera. Hay muy pocos; quiero más ;)
Saludos.